Soy testigo y sobreviviente
de la hambruna del 1944…centenario de nuestra Independencia. Al inicio de esa época conmemorativa de la
Independencia de la Dominicana, contaba con 7 años de edad. Ya cargaba agua del río Arenoso en un calabazo o higüero…y
ayudaba a mis padres en algunas tareas del hogar que se ajustaran a las
condiciones físicas de mi flacucho cuerpo.
Conocía mi vecindario, aunque le visitara poco. Los
vecinos más cercanos eran las familias compuestas por Domingo Batista y su
esposa Amantina. El profesor Bautista Pérez y su esposa Andrea. Los hijos de
ambas familias eran muy cercanos a la nuestra.
A cierta distancia, dos
kilómetros quizás a la redonda vivían las familias paterna y materna. Por parte
de mi padre, Antonio El pidió García, la
familia de Altagracia Pérez (mamá Gracia) que convivía con algunos de sus hijos
en un entorno que aún ocupan desde hace siglo, muy cercano a la autopista Duarte, en
Canabacoa. Es una callejuela o callejón,
y ahí pernocta la familia actualmente de Silvia García, mi única tía paterna
que sobrevive.
En la misma ruta, pero en el
callejón de los Gutiérrez, ahí vivía el clan de la familia de mi abuela Adela.
Quien era la madre de mi inolvidable mamá. Allá adentro caminando por un
entorno bien reforestado vivía Mercedes Guerrero (mamá Merced) la matriarca,
junto a ella Basileo, su hijo, con Jacoba, su mujer, y sus hijos Clara, Chea y Luciano.
También Fefa Gutiérrez, y Bartolo, con su familia, hermanos de mi
abuela, ella con sus hijos Joaquín y
Guanche. Era viuda, al igual que mi abuela, Monga, Carmen y Lola, éstas vivían,
la primera en otro callejón, en la intersección
de la autopista Duarte y la avenida Panamericana, y las dos restantes en Palmar
o el Mamoncito, en las inmediaciones de los municipios de Cayetano Germosén y
Villa Tapia, pertenecientes a la provincia Hermanas Mirabal.
Otras familias de Canabacoa, vecinos y parientes, que
recuerdo en la ruta de los García-Gutiérrez. Bartolo y su esposa Mercedes, junto a sus hijos Lourdes,
Carmela, Agustín, Alejandro, Rafael. . Mongo Bello y su esposa Lela, sus hijos Quico,
Chepe, Arcadio, Mercedes, y una monja en
la familia.
La familia de Emilio y Lolita, el apellido de la esposa era
Gutiérrez, pero no recuerdo el de jeje de la familia. Era labriego que araba la
tierra con una yunta de bueyes., con sus hijos Bartolo, Pipí, y Toñito. . La familia de Juan María Tron, su
madre y su esposa Cea.
En el callejón de José García, vivía Merced la Larga y José Pelao, el hombre que
nos despertaba antes de amanecer. Con la batata horneada (asada) para comer en
el café en familia. En ese mismo
corredor vivían José García, su esposa y sus hijos Mercedes, Palala, y Modesto . Fiso con su mujer, Nidia y sus
hijos, todas estas familias estaban emparentadas con la nuestra.
En el callejón de los
Acosta, vivían, Monguito, Manasé y Luis, con sus respectivas familias y con el
apellido que lleva al actual corredor
moderno de lujosas viviendas que ahora se levantan en el lugar.
La época del centenario (1944)
fue terrible, nunca antes la población dominicana había cruzado por el centro
de una crisis alimentaria tan terrible como la que se vivió en aquella
situación.
No aparecían alimentos por
ninguna parte. Y una sequía caracterizó la fecha marcándola como inolvidable
para quienes la sobrevivieron. Era el apogeo de la II Guerra Mundial y nos
llegaban los alimentos importados.
La comida que alimentaba a
la mayoría de familias estaba compuesto
por raciones de maíz molido, casqueado, o triturado, que se preparaba con carne
de cerdo y se convertía en un potaje exquisito, en lo que todavía se conoce en la dieta
dominicana como…el locrio. Abundaba también en la malograda dieta criolla, el
casabe, y el chocolate de agua, el pan no aparecía o no había dinero para
comprarlo.
Pero el maíz se ligaba con
leche, se hacía torta, buñuelos, maíz casqueado con leche y azúcar. Majarete, y
de mil maneras más. No aparecían los víveres (plátanos, yuca, batata, yautía,
ñame. Auyama, ni verduras, la sequía era terrible, al menos en nuestro entorno
lugareño y los conucos eran desiertos.
La gente comía de lo que
encontraba a su paso. Hasta una hierbas silvestres que se conoce como la
verdolaga, las hojas de mango y otras espacies con las preparaban ensaladas sin aceite, pero sí con jugo de
naranja agria. El casabe, y el queso se hicieron muy popular, para quienes lo
podían comprar, porque la crisis no solo era alimentaria, sino también
monetaria.
Había familias que comían
las frutas que produce la maya, una frutita amarilla, así como la fruta del piñón
y otras variedades silvestres e endémicas del campo.
Otras variedades de plantas comunes o silvestres pero que nada
tenían de familiaridad con la verdura en consumían en sustitución de las
ensaladas, el arroz, la habichuela, y la
carne comenzaron aparecer en la antesala
del 1945, el año en que terminó la II Guerra Mundial.
Ese episodio universal
afectó el tráfico de alimentos, pues las potencias envueltas en el conflicto no
permitían la exportación de alimentos a otras naciones, porque primero había
que alimentar a los soldados que estaban en combate.
Me produce mucha
satisfacción poder contar esta breve historia a la presente generación, porque
en nuestro trajinar por la madre tierra todo no ha sido color de rosa. @
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