AB de LGP-Crónica Nueve:
Viaje de regreso 1952
Villa-Mata-Palo Blanco
Santiago
Cuando viajé a la zona Norte,
al paraje de Arroyo Frío en 1946 iba
como un astronauta que no sabe el destino que le espera. De lo único que estaba
seguro, era que viajaba contra mi
voluntad y me lamentaba internamente, porque mis padres no se pusieron de
acuerdo conmigo, antes de enviarme a un lugar que ellos ni yo conocíamos.
Lo mismo ocurrió con mi
regreso, pero esta vez, yo no sabía lo que me esperaba, pero sí lo buscaba
que quería. Entre otras cosas estudiar, superarme, ayudar a mi familia y
labrar un futuro de estabilidad para mi vida.
1952 ganan las Águilas Cibaeñas y yo marco un nuevo
destino. Pasé varias semanas
preparando el terreno para emprender el viaje de regreso a Santiago, pues en
esa ciudad que apenas conocía por el retoque de las campanas, y las aguas y piedras del río. Yaque
del Norte, nunca ponderé el futuro que me esperaba, pero estaba decidido a enfrentarlo pasara, lo que pasara.
Vivía con mis padres y mi abuela. Contaba para entonces con la edad de 15 años no
cumplidos aún, y tenía que convencer la
voluntad inquebrantable de mi padre, que en materia de gobernabilidad familiar,
era un poco roca izquierda.
Sabía de ante manos que si
le proponía a papá que quería irme de Villa Mata, tendría como respuesta un no
rotundo, o una amenaza para una “ pela histórica”, contando desde el número uno
si equivocarme, hasta el número establecido por él para dicha golpiza.
Papá era analfabeto, pero en
materia de números y correazos, no se equivocaba y quien se atreviera a brincar
la tablita, sabía que la pagaría con un interés poco razonable, como por
ejemplo, anular los correazos anteriores para comenzar el conteo de nuevo.
Antes esa disyuntiva
decidí no comunicarle mi decisión, pero sí se lo comuniqué a mamá y a mi abuela, que
me respaldaron y ayudaron en la preparación del viaje.
Yo mantenía contacto con mi
amigo Niño que ya vivía en Santiago a través de su madre Angélica, le mandé a
preguntar si estaba dispuesto a recibirme en su casa, la respuesta fue positiva
y cumplió. Llegado el día y la hora de mi aventura todo estaba preparado. Mamá
me preparó la poca ropa que tenía, le eché manos al único par de zapatos que
poseía y mi abuela Adela, me puso en manos el dinerito que guardaba como
ahorro.
Bien temprano, después que papá salió para la faena agrícola,
emprendí el viaje de regreso a Santiago, salí a Palo Blanco y allí esperé el camión
Chevrolet de Manuel Velázquez, sabía que allí iba a recargar, conversé con él
para que me llevara a Santiago, que era
la ruta que iba a cubrir y estuvo de
acuerdo, pero no me cobró por el traslado.
Yo llevaba una nota conmigo,
que me había enviado Niño, diciéndome
donde me recogería, y todo transcurrió en la normalidad y por la tarde, ya formaba parte de los ciudadanos del nuevo
vecindario de El Elgido, en Santiago de
los Caballeros. Antes debo decir, que conocía la ciudad hidalga apenas por la
Cuesta Blanca, y que había venido una sola vez al centro de la ciudad. Pero sí
varias veces, acompañando a mamá a las
riveras del río Yaque por Nibaje, cuando ella venía a lavar la ropa que secaba
allí mismo, desde Canabaoa.
Mi nueva vida en Santiago. Comencé ayudando a mi amigo Niño a vender algunos fajos
de billetes de la lotería en la calle San Luis, para ganar los primeros pesitos en mi nuevo
estilo de vida. Trabajé como ayudante en la Dulcería de Frank Pérez, en la
calle Luperón No. 47. Teniendo excelente comunicación con las hijas de Frank,
me encargaron por la noche, vender
golosinas y cigarrillos en una paletera, frente al teatro Apolo, ese ejercicio no duró
mucho, porque no se adaptaba a mi forma de ser.
Fue Sofía, la hija de Frank,
y doña Ana, quien me recomendó con la señorita Suna Sued para vender quesos
crema y mantequilla Águila. Me fue bien, allí, logré una buena clientela y con el
dinero que ganaba trasladé a mi familia que aún residía en el campo a una
casita que rentamos en El Egido.
Vino mi mamá y mis hermanos
Ramón, y Marino, junto a mis hermanas Negra, y Blanca, Gladys aún no había
nacido. Gregorio, mi hermano mayor y mi papá
decidieron quedarse en el campo, pero también abandonaron a Villa Mata.
En los primeros tiempos
pasamos muchas vicisitudes, pero nos fuimos acoplando y adaptando a la nueva
vida y henos aquí a los 65 años de esa correcta decisión.
Papá, me contaron, que estaba rabioso con mi decisión y
que cuándo nos juntáramos yo tendría que
darle cuenta, porque yo creía que era un hombre para gobernarme.
Un feliz encuentro del hijo y el padre. Transcurridos
algunos meses papá vino a visitarme, nos saludamos, me abrazó y me dijo, era la
única forma de salir de la Loma.
Conversamos de la familia y
le dije que con precariedad, pero que estábamos sobre viviendo y comenzábamos a
organizarnos y ya casi todos estábamos produciendo algún dinero, lo que nos
permitiría ir superando el choque que produce el cambio del campo a la ciudad.
Margarita…ángel guardián, y amiga fiel. No quiero cerrar este capítulo sin dedicar algunas palabras
de agradecimiento, a doña Margarita, la señora que me salvaba la situación cada
vez que se me cerraba el círculo.
Yo llevaba víveres para la
venta, plátanos, guineos, yuca, batata, ñame y otros tubérculos al reducido
mercado de Palo Blanco. Allí los negocios eran pocos y no prósperos. Habían dos
colmados, dos ventorrillos, una fonda, y una carnicería.
Los víveres que yo llevaba a
vender o lo compraba Margarita, Ramonita, y en escasas ocasiones algunos de los dos colmados.
Pero el producto de la venta
de esos víveres o tubérculos eran cruciales para la alimentación nuestra mi familia, puesto que con el dinero de la venta compraba carne,
arroz, espaguetis, manteca, y el jabón para lavar la ropa, el gas para las husmeadoras,
etcs, etcs…Ocurre, que como yo viajaba a menudo con la burra timba de víveres,
no le daba tiempo a que consumieran los que me habían comprado antes.
Margarita, que de cariño me
decía (guebete) era mi ángel guardián, cuando veía que ya me iba con los
víveres sin vender, me decía guebete,
tíralo ahí, aunque se pierdan, y me
pregunta cuánto tenía que pagar, por el
nuevo surtido de víveres.@
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