jueves, 20 de julio de 2017

Apuntes auto-biográficos de LGP El primer viaje en un préstamo familiar



Apuntes  auto-biográficos de LGP
El primer viaje en un préstamo familiar
3.
Como lo he señalado antes nací en 1937 y emprendí mi primer viaje para una aventura o desventura descomunal. Aterrizando en el tiempo (1946) fui víctima de una mala jugada del destino.
Tengo un tío,  de nombre Roberto Abrahán García, que a pesar de su vejez prolongada,  aún sigue viviendo. Ese pariente  nuestro se apareció una tarde de agosto de 1946 en casa de mis padres, lo recibimos con alborozo, porque entendíamos,  era portador de buenas noticias.
Pasado el momento de los saludos protocolares de los dos hermanos mi madre y mi tío. Fue el encuentro con mi padre y con los vástagos de la familia.
Roberto  creció y estudió en la cercanía urbana de Santiago, en el sector de Marilópez,  se trasladó ya siendo  adulto a un paraje denominado Arroyo Frío, cercano a la carretera que conduce desde la ciudad de Moca,  en la provincia Espaillat, al entorno de Jamao al Norte, colindante con la provincia de Puerto Plata.
Encontrándose ya como residente de la zona, pues vivía allí  su padre Emilio García,  y a sus hermanos  y hermanas como residentes y  propietarios de plantaciones de café, conoció a una familia cosechera por igual del aromático grano y se enamoró de la única hija de la pareja, una joven de nombre Viola, un poco distorsionaba de la vista y  de cuerpo frágil,  tenía los ojos torcidos, aunque a decir verdad,  era hermosa y muy fina.
Transcurrido el momento emocional del encuentro de Roberto, con su hermana Mercedes y su familia, el visitante le informa que vino específicamente a pedirles que me dejaran ir con él en calidad de préstamo, eso sería por un tiempo relativamente corto, y así fue no se extendió más allá de los 12 meses.
Recuerdo parte del diálogo,  porque estaba  presente y atento a  la conversación, mis padres se pusieron de acuerdo…: bien se lo vamos a prestar, pero usted nos lo cuida mucho.
Lo extraño de todo esto fue que mis padres a pesar de mis siete años no me consultaron y como si se tratara de una operación normal y corriente accedieron a la petición. Bordeaba las cinco de la tarde, cuando de repente,  mi madre me preparó la ropita que tenía, la introdujo en una funda de papel, y rápidamente nos estamos dando el beso de despedida, sin reparar ni pensar en el daño que se me estaba haciendo.
Nunca había salido de mi casa, tampoco había viajado a lomo d caballo por la noche, nos despedimos con la bendición protocolar de mis progenitores y   emprendimos el viaje Roberto y yo,  y una chiva que le regaló mi abuela Adela, y que se ahogó en la travesía de la Cordillera Central.
El recorrido totaliza algo más de 50 kilómetros por una vía encachadas con piedras filosas y barrancos profundos, tomando como punto de partida. Canabacoa, Licey al Medio, Canca la Reina, Ceiba de Madera, San Víctor, Arroyo Grande, La Cumbre, El Caimito y finalizando en Arroyo Frío.
Cabalgamos la noche entera. En la mayor parte del trayecto,  Roberto trotó detrás del caballo que me transportaba a mí y a la chiva. Cansado y agotado: en algunas ocasiones se montó en el caballo que mostraba cansancio también, recuerdo, que subiendo la colina de la Cumbre le pregunté qué hora es y me dijo pasada la media noche.
Tempranito llegamos a la casa de Gela, Augusto y Viola,  en Arroyo Frío, más tarde,  comenzaría mi cautiverio  de esclavitud en pleno siglo  XX.
Mis padres inconscientes talvez  del error que habían cometido, dormirían tranquilo el amanecer de un nuevo día. Para mí comenzaba  la faena al poco tiempo de llegar, la orden del día: la basura al zafacón, me enseñaron donde estaban los animales de corral, y como se alimentaban.
Mi tío dijo que había que portarse bien. Y antes de los tres días en  el paraje  de Arroyo Frío, ya estaba transportando víveres para el consumo de la casa, buscando en la pulpería las provisiones necesarias  que hacía falta para la merienda, y rezando por la noche el Santo Rosario.
Mi trabajo incluía también,  llevar un mulo y un caballo  con varias cargas de café  maduro a la despulpadora de la hacienda,  para convertirlos en granos lavado y seco para la venta posterior. El grano se  secaba cuando salía el sol y se envasaba en grandes sacos de fibras  para la venta de fin de cosecha. Mi tío era él despulpador, yo,  su ayudante, le echaba agua a la pulpa del café y de vez en cuando tomaba la palanca de la despulpadora, aunque me quedaba muy alta e incómoda para ayudar a mi tío que lucía agotado.@

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